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It is a truth universally acknowledged, that a single man in possession of a good fortune, must be in want of a wife.
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Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa.
Pride and Prejudice (1813), Jane Austen.
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El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás.
Memoria de mis putas tristes (2004), Gabriel García Márquez.
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No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él.
Corazón tan blanco (1992), Javier Marías.
Me fijo mucho en el comienzo y en el final de las novelas. De los primeros me entusiasma cómo los buenos escritores nos sumergen, con apenas unas palabras, en la lógica del mundo en el que ya nos arrinconan a placer, hipnotizados y gustosos.
Me vinieron a la cabeza estos tres estupendos comienzos, cada uno en su estilo: los tres autores bien conocidos y apreciados, los varones vivitos y coleando y ella para siempre la gran dama de la literatura británica, que combinó con maestra precisión el romanticismo, la ironía liberadora y el sentido práctico de la vida.