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lunes, 5 de septiembre de 2011

LEONORA SIGLO XX CARRINGTON


Como he estado tan poco bloguero últimamente, no comenté nada en mayo sobre la muerte de Leonora Carrington, escritora y pintora que adoro y que marcó un antes y un después en mi formación cultural y afectiva. Sobre ella y sobre la novelista británica Angela Carter ya me explayé hace cuatro años; ahora, si tuviera que elegir un titular sobre la muerte de Leonora sería algo así como que con ella se va el siglo XX... porque es una mujer carismática que simbolizó todas sus convulsiones -vanguardias artísticas, liberación femenina, locura por el horror de la guerra, huida y éxodo, búsqueda incesante,..-.

Esta chica inglesa de buena cuna que se fugó con su amante surrealista a París, que fue ingresada en un psiquiátrico de Santander en la época más oscura de la Historia reciente y que halló amparo y acomodo en el país donde ha pasado la mayor parte de sus días y que la hizo ya suya, México -que con tanta generosidad acogió a los europeos que buscaban refugio ante el horror-, creó mundos insólitos y libérrimos, en los que los seres vivos se mezclaban de una manera dislocada.

Gracias a la editorial Siruela, que publicó esos magníficos volúmenes de El séptimo caballo y Memorias de abajo, sin los cuales yo no la hubiera conocido...

(En la primera foto vemos a Leonora con, entre otros, Max Ernst.)



LEONORA CARRINGTON EN CIUDAD DE MÉXICO  (Bajado por alecemusic)

lunes, 20 de agosto de 2007

LEONORA CARRINGTON, DE LA BIBLIOTECA ANGELA CARTER




En los comienzos de nuestra relación JA, al conocer mi apego a la literatura escrita por mujeres, comenzó a regalarme libros o antologías de escritoras, casi todas poco conocidas. Hubo uno en concreto -Niñas malas y mujeres perversas, recopilación de cuentos a cargo de Angela Carter- que se convirtió enseguida en un manual de consulta y en la fuente de descubrimiento de artistas singulares de todos los continentes, clásicas o contemporáneas. Así, a esa colección que poco a poco íbamos conformando con mimo JA la llamó Biblioteca Angela Carter, en homenaje a esta escritora británica totalmente reconocida y admirada en su país -murió en el 92 con sólo 51 años, de cáncer-, una mujer extraordinaria que combinó el periodismo de interpretación con la literatura y el ensayo: en su obra hay futurismo y ciencia ficción, investigación y ruptura, feminismo radical de corte outsider, análisis minucioso de la realidad y fantasía desbordada, erotismo y pornografía deconstruida, horror y ternura. Noches en el circo o La pasión de la nueva Eva -novelas-, La cámara sangrienta -relatos- o La mujer sadiana -ensayo- son algunas de las obras que Angela nos legó y que en España han tenido ediciones de lujo, normalmente en Minotauro o en Edhasa.

Y quizá la adquisición más preciada de la biblioteca Angela Carter fue la también inglesa -escritoras británicas excéntricas las hay a puñados, y suelen ser muy buenas- Leonora Carrington, nacida en South Lancashire en 1917, que actualmente y desde hace mucho tiempo reside en México, aunque hace unos años se mudara temporalmente a Chicago, o al menos eso leí en un periódico.
Conocida quizá más por su pintura que por su literatura, Leonora cabalga a todo trote por el siglo XX y sus convulsiones, que podemos decir se inyecta en vena. Procedente de un medio social privilegiado, estaba llamada a desclasarse enseguida y fugarse del hogar familiar con diecisiete años y en buena compañía, la de Max Ernst, con quien se instala en la ciudad de los amantes -París- que entonces conocía la efervescencia del surrealismo. Al huir de la ocupación nazi recala en España, lugar nada recomendable en aquella época atroz, y es recluida en el hospital psiquiátrico de Santander, en circunstancias que no han quedado claras; de su larga estancia allí quedó un testimonio sobrecogedor, Memorias de abajo, escrito -y dibujado, porque hay croquis y retratos- por ella misma, desde ese lugar recóndito que se sitúa entre la cordura y la alucinación, pero siempre con lucidez cegadora. Muy posterior es su relato largo La puerta de piedra o los distintos cuentos que aquí se publicaron, también en una edición exquisita, en Siruela con el nombre genérico de El séptimo caballo, donde ya da rienda suelta a su imaginería intransferible, inserta en una lógica distinta a la común -la de su obra pictórica, parte de la cual vimos hace poco en el Círculo de Bellas Artes- poblada por hienas que se presentan en las fiestas sociales para chafarlas, criaturas indefinidas que hacen valer sus derechos en historias invertidas, jabalíes rumbosos y arquitecturas sofisticadas que enmarcan su universo personal donde también se desarrollan con soltura los amores diferentes -El pequeño Francis, otro de sus largos relatos-.

Me he acordado a menudo de un propósito que teníamos JA y yo y que al final no pudimos realizar de ir a entrevistar a Leonora, allá donde morara -México o Chicago, la información era confusa- antes de que se nos muriera, y quién sabe si todavía nos propusiéramos realizar ese sueño, aunque no sé cómo estará ella ahora -quizá como la protagonista de un cuento de Clarice Lispector que recuerdo a menudo con mi hermana, una vieja dedicada las veinticuatro horas del día a ser vieja y sin otra ocupación que esa que le absorbe sus días por completo-. Pero sinceramente no lo creo, estoy convencido de que su mundo de hoy sigue siendo si cabe más personal y rutilante que en los días en que la descubrimos y pasó a engalanar, con todos los honores y en una ciudad del mismo país que la internó en un manicomio, la Biblioteca Angela Carter, que es en realidad un castillo de naipes edificado para indagar en el sentido de la vida, para aprehender fugaz y femeninamente sus encantos.
-En las fotos aparece Leonora en dos etapas de su vida, y arriba uno de sus característicos cuadros-.

((Estamos en Madrid, se está bien porque hace fresco por la noche y no demasiado calor, vamos al estanque del Retiro a tomar el sol y yo me quedo leyendo Anna Karenina, tumbado en el césped, mientras José Ángel pasea abajo y arriba con la bici. Fuimos el otro día a ver Tideland, de Terry Gilliam y no nos gustó, aunque Jeff Bridges está inmenso, como acostumbra. Y alquilamos Brokeback Mountain, que yo ya había visto en un cine-forum conducido por Álvaro Pombo, y a JA le ha conmocionado -qué os voy a decir de la película que no sepáis ya, para nosotros -y muchas veces no coincidimos en cine, pero aquí sí- es la más bella historia de amor filmada, sólo comparable con el Breve encuentro de David Lean. Y hablando de conmociones, sólo me queda un capítulo para terminar la última temporada de la serie A dos metros bajo tierra, que reservo para ver en Albacity con mi hermana: estoy, como aquel que dice, al borde de un ataque de serbios.))