(...) Raúl había vuelto la cara hacia él, como si quisiera leer en sus labios las incoherencias que le decía. Tenía los ojos enrojecidos por el tabaco y el alcohol. "¿Y tú?", le dijo de repente. "¿Tú qué quieres?". Acercó su boca a la de José Luis y le echó en la cara el aliento mezclado con el humo del cigarro, y, a continuación, como si de repente hubiera enloquecido y se vengara de algo, le mordió los labios una y otra vez, mientras decía: "¿Es esto lo que quieres, eh? ¿Es esto?". Lo tumbó en la cama, le quitó la camisa de un manotazo y fue desnudándolo antes de desnudarse él. Después, una vez que todo hubo concluido, le dijo: "No vamos por el mismo camino. Tú buscas algo que a mí no me interesa. Es mejor que no vuelvas". Y José Luis cumplió su petición. Se vistió con movimientos torpes, cruzó el pasillo sin volver la vista, cerró la puerta de un portazo y bajó tambaleándose la escalera de aquella casa de la calle del Olivar que no iba a pisar nunca más. Durante los primeros meses del curso siguiente, Raúl le llamó por teléfono varias veces a la pensión, pero José Luis le respondió frío y cortés, y no aceptó concertar ninguna cita con su amigo.
Necesitaba seguir descubriendo aquel camino que Raúl le había indicado y que no acababa de entender por qué tenía que recorrer fatalmente a solas, pero que aceptaba que era así. Cuando dejó la pensión y se fue a vivir al piso con Carmelo Amado e Ignacio Mendieta, ni siquiera llamó a Raúl para comunicarle su nueva dirección y su teléfono. Pensaba muchas noches en él. Es más, cuando se trataba de sentimientos, de cariño y hasta de deseo, no pensaba más que en él, por eso mismo le parecía aún más urgente su cura y hacía mayores esfuerzos por olvidarlo del todo. No quería acordarse ni de sus ojos, ni de sus manos encogiéndose para frotar el fósforo en la lija de la caja de cerillas y curvándose para proteger la llama, ni de su manera de caminar, de hablar y de reírse. Había roto las cuatro o cinco fotografías suyas que guardaba desde el colegio y, aunque a veces sentía la tentación de echarlas de menos, no se arrepentía en absoluto de haberlo hecho. No quería volver a poner los pies en el camino equivocado. (...)
De La larga marcha, de Rafael Chirbes. Editorial Anagrama, 1996.
Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna -Valencia-, 1949) es uno de los escritores españoles en activo más valiosos. Su prestigio -que se extiende a otros países, como Alemania- se consolida con la trilogía iniciada con La larga marcha, que tuvo su continuación con La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003); en la misma retrata, siempre a través de un prisma de dispares personajes, la sociedad española del franquismo, la transición y la modernidad; la amargura que rezuman sus páginas no impide que aflore una ternura intensa. Chirbes es, antes aún que un hombre profundamente comprometido con los principios éticos de su generación, un sentimental de tomo y lomo.
La larga marcha es una novela conmovedora. No es la primera vez que hablo de ella, para mí es la mejor de su autor -recientemente ha sido elegida a través de una encuesta como una de las cien mejores novelas del siglo XX-. El párrafo que he rescatado narra en pocas palabras, pero con gran precisión, el momento en que José Luis -joven universitario izquierdista y cinéfilo con tendencias homosexuales- se da de bruces con la realidad por el trato cruel que le depara su amado Raúl, personaje universal que seguro reconoceréis todos.. a partir de ahí, con algo ya irreparablemente perdido, inicia el auto-aprendizaje en los sórdidos vericuetos del Madrid de los 60.
Foto de los elefantes en Cibeles, del blog Viajando por el mundo. Dibujo del chico triste, del blog Thoughts. En ninguno de ellos se especifican los autores. Muchas gracias a ambos.
((Me voy un mes de la ciudad. Hala, ahí os quedáis. Pero no cierro Korador, ya que no me veo capaz de prescindir de vosotros en el ferragosto. Y os dejo como aperitivo a Gnarls Barkley en la barra de vídeo: ¡buenos!)).
5 comentarios:
Primero me tienes azorado leyendote... y al final me desquicias... A donde???
Estaras al pendiente?
Claro que estaré al pendiente, Champy.
Estoy de momento unos días en la playa con mi madre, hermana, abuela, hermano y esposa y dos sobrinos...
Todo muy familiar.
Un abrazo
Tras haber comentado la anterior noticias uno se queda de tal manera que le cuesta pensar en otra cosa, así que gracias por la sugerencia y que disfrutes.
No he leído nada de Chirbes, pero fíjate tú por dónde, la trilogía esa que dices tiene una pinta estupenda, es el tipo de literatura que me va. A veces me asusto de ser tan inculto.
¡¿Inculto tú?!
Estás de coña, claro. De todos modos, para mí la cultura son las ganas de saber.
Publicar un comentario