Tras las fiestas el barrio se queda inusualmente tranquilo y desconectado, pero satisfecho tras haber cumplido con creces la misión encomendada. Es como si se diera un baño tonificador para a continuación volverse a acostar; incluso la Minerva que veo desde mi ventana y cuya imagen os envío aparece totalmente relajada, porque ella es la diosa profana que supervisa los afanes de Chueca, y nos va señalando el tránsito de las cuatro estaciones, con sus diferentes usos. Estos días son también el comienzo oficial del verano y yo, ahora, desde Albacity donde estoy descansando tras los pasados desmanes intentaré ordenar lo que ocurrió el día de la marcha-desfile-cabalgata-manifestación e incluso un poco antes.
Nos habíamos quedado con Massiel y Javier Álvarez, porque con buen criterio el intrépido enviado de Tiburones en Korador no asistió al pregón oficial de Marta Sánchez y el elenco de Chuecatown, sino al de nuestra querida Massiel, que no tenía ningún disco que vender, pero sí cariño y personalidad que ofrecer. Ella, que no es advenediza de temporada, sí estuvo a la altura de las circunstancias. Y no diré más.
El jueves hubo un aluvión de actuaciones que era imposible de seguir: yo en concreto me quedé con ganas de ver a Digital 21, aunque sí pude asomarme a Vázquez de Mella a tiempo para comprobar lo monos que son en vivo y lo bien que bailan nuestros chicos de D´Nash que cantaron sólo I love U mi vida y en playback con un público compuesto mayoritariamente de niñas de colegio -he dicho bien, de colegio, no de instituto, o en todo caso del primer ciclo de la ESO, vaya-.
El viernes ¿qué pasó el viernes? Ah sí, volvimos a la Plaza de San Ildefonso, el lugar de los hechos, donde había actuado Javier Álvarez, y uno de los nuevos espacios con más personalidad de las fiestas; a JA le recordó a la plaza del Tosal de Valencia, porque con su peculiar estructura y el lugar urbano que ocupa es punto inexorable de atracción para viandantes por decirlo finamente no demasiado integrados, para quienes van como de paso y luego resulta que en realidad no van a ningún sitio y se quedan en esa plaza -que no es plaza en realidad ni invita a algo definitivo como sentarse a descansar un poco o mirar los escaparates porque no los hay- pero precisamente por eso se quedan por allí, y ese tipo de personas que acuden a esos lugares como atraídas por un imán poderoso son las que a nosotros más nos interesan. Y en ese espacio, entonces lleno de casetas, brindamos y fuimos felices por un rato y además mi hermana llamó en un momento determinado anunciando que llegaba al día siguiente, lo que me llenó de alegría porque era la primera vez que venía a las fiestas -también esperaba visita de mi querido amigo Juan, de Águilas-Librilla, que me dijo iba a llegar muy bien acompañado-.
Normalmente la mañana de la marcha hay una inusual calma -expectante, desde luego- en Chueca y en todo el centro, porque la gente se está preparando o toma fuerzas a sabiendas de lo que vendrá después; pero en esta ocasión era tal el aluvión de visitantes que apenas se podía caminar por Hortaleza o Fuencarral, ni siquiera por la Gran Vía. Se palpaba que por la tarde iba a suceder algo importante en la ciudad, un acontecimiento de esos que quedan durante tiempo en la memoria colectiva, o que dejan huellas indelebles que tardan tiempo en borrarse, como los hechos que acaecieron en el hotel Overlook de El resplandor.
El jueves hubo un aluvión de actuaciones que era imposible de seguir: yo en concreto me quedé con ganas de ver a Digital 21, aunque sí pude asomarme a Vázquez de Mella a tiempo para comprobar lo monos que son en vivo y lo bien que bailan nuestros chicos de D´Nash que cantaron sólo I love U mi vida y en playback con un público compuesto mayoritariamente de niñas de colegio -he dicho bien, de colegio, no de instituto, o en todo caso del primer ciclo de la ESO, vaya-.
El viernes ¿qué pasó el viernes? Ah sí, volvimos a la Plaza de San Ildefonso, el lugar de los hechos, donde había actuado Javier Álvarez, y uno de los nuevos espacios con más personalidad de las fiestas; a JA le recordó a la plaza del Tosal de Valencia, porque con su peculiar estructura y el lugar urbano que ocupa es punto inexorable de atracción para viandantes por decirlo finamente no demasiado integrados, para quienes van como de paso y luego resulta que en realidad no van a ningún sitio y se quedan en esa plaza -que no es plaza en realidad ni invita a algo definitivo como sentarse a descansar un poco o mirar los escaparates porque no los hay- pero precisamente por eso se quedan por allí, y ese tipo de personas que acuden a esos lugares como atraídas por un imán poderoso son las que a nosotros más nos interesan. Y en ese espacio, entonces lleno de casetas, brindamos y fuimos felices por un rato y además mi hermana llamó en un momento determinado anunciando que llegaba al día siguiente, lo que me llenó de alegría porque era la primera vez que venía a las fiestas -también esperaba visita de mi querido amigo Juan, de Águilas-Librilla, que me dijo iba a llegar muy bien acompañado-.
Normalmente la mañana de la marcha hay una inusual calma -expectante, desde luego- en Chueca y en todo el centro, porque la gente se está preparando o toma fuerzas a sabiendas de lo que vendrá después; pero en esta ocasión era tal el aluvión de visitantes que apenas se podía caminar por Hortaleza o Fuencarral, ni siquiera por la Gran Vía. Se palpaba que por la tarde iba a suceder algo importante en la ciudad, un acontecimiento de esos que quedan durante tiempo en la memoria colectiva, o que dejan huellas indelebles que tardan tiempo en borrarse, como los hechos que acaecieron en el hotel Overlook de El resplandor.
Como dejé la elección de la ropa para el final, hice una ronda apresurada de boutiques con mi hermana para comprobar que no me gustaba nada o que la leyenda de que a mí siempre me queda todo bien está tocando a su fin, y acabar finalmente en el HM, donde me compré una camisa blanca muy bonita -este año José Ángel también ha estrenado modelo, y eso que yo presumía de que le daba igual-. Un sombrero vaquero, pantalón vaquero azul tres cuartos y un collar hawaiano arco iris completaron el estilismo, que pretendía rememorar el espíritu Walt Whitman -a quien voy entendiendo más conforme voy cumpliendo años-, aunque una vez iniciada la marcha y verme reflejado no sé si en un espejo o en un escaparate, me percaté horrorizado de que me asemejaba más, con el sombrero y la camisa, a Freddy Krueger que a Whitman, que si en un momento dado aparecía como atrezzo del Mi novio es un zombi nadie se iba a sorprender de nada.
Mi hermana y yo hicimos para empezar el recorrido de rigor, hacia la Cibeles para llegar a la cabecera de la manifestación e ir viendo la parte política de la marcha -aunque apenas ya se podía ver nada- para luego llegar a la Puerta de Alcalá e ir bordeando el Retiro, donde se sitúan las carrozas. La primera sorpresa fue que este año Alaska no iba con Shangay sino en un autobús propio de Fangoria y Nancys Rubias, muy bien decorado; se la veía muy callada -al contrario que en otras ocasiones en las que desde el primer momento no paraba de saludar y hacer fotos- oculta tras un paraguas, y es que luego supimos que daban un concierto subidos en el autobús durante el trayecto -y quizá por eso estaba tomando fuerzas-, a nosotros nos pilló casi al final cuando cantaban Criticar por criticar. Más adelante supe del incidente que tuvieron con el Bloque Alternativo -o más bien con la plataforma heterosexual Rompamos el Silencio-, que intentaron detener el autobús a su paso por la Gran Vía, con la excusa de que estaba patrocinado por el Infinitamente Gay.
(CONTINUARÁ)
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