
(...)
Cuando llegó la primavera (april is the cruelest month), Carlos Mansilla perdió un buen día pie: aquella tarde de sábado habían salido Carlos y Salazar a dar una vuelta por los acantilados (un paseo común que los novicios solían dar entre cuatro y seis de la tarde). Desde el paseo se podía bajar a las playas rocosas sin gran dificultad. En estas playas había un buen número de cuevas. Aquel día bajaron los dos, Carlitos y Salazar, a la playa por una senda de quebrantas embarradas, que se resbalaban. Las margaritas lucían su rostro amarillo, enmarcadas en su diminuto alzacuellos blanco. Y las amarillas flores de grillos y las moradas florecillas sin nombre, y el aire sin nombre, circundaban a Carlitos Mansilla como púas, como anzuelos, como garras, como zarzas, como cepos, como incisivos dientes del rosal de la Virgen María. Aquella tarde no había bajado con ellos al paseo Paco Allende porque se había quedado a repasar su traducción de La guerra de las Galias para la clase de latín del siguiente lunes, así que, por desgracia, bajaron los dos juntos, solos, Carlitos y Salazar. Era una tarde de marea baja, y el mar, que estaba lejos, había dejado húmeda la arena y tranquilas las cuevas verdeoscuras que en el aire de abril resplandecían, interiores, tras haber sido submarinas, aéreas, atravesadas por el aire fresco del mar con gritos de gaviotas, tras haber sido súcubas, bajo el peso del agua semoviente como un animal extensísimo, sin alma y sin forma, que cancela todos los circuitos del mundo inteligible, hasta volvernos a todos ondulantes, mutantes, como el cielo oleaginoso de los deseos al atardecer, del amor al atardecer, el inmanente amor sin salida: pero ahora, que eran transitables, eran húmedos lugares exaltados, oscuras cavernas del sentido, analogías rutilantes y confusas de los versos de San Juan de la Cruz y sobre todo del alma exaltada y acongojada de Carlitos Mansilla.
-Vamos a subirnos ya, que hace aquí frío -declaró Salazar nada más poner el pie en la playita de bajamar.
-A veces se puede querer a una persona tanto, que se te seca la boca al hablar. Vas a hablar y se te ha secado el paladar, y con la boca seca no se puede hablar, eso pasa, de puro a una persona que la quieres.
-No te enrolles, Charles Boyer -gruñó Salazar.
-Siéntate aquí un momento que te tengo que decir una cosa un minuto.
-¿Qué me tienes que decir? Dímelo mientras subimos. -E hizo ademán de empezar a subir.
Y dijo Mansilla:
-Te quiero. Sólo te quiero a ti y no quiero a nadie más. Sólo pienso en ti. En ti pienso todo el día y también por la noche, día y noche. ¿A que no te has dado cuenta?
-No. No me he dado cuenta. Y menos mal que no. Si me llego a dar, te doy un puñetazo que te rompo los dientes. ¿Qué es eso de que me quieres, qué tonterías son esas?
Era tan ácida y tan baja la voz de Salazar, que Carlos Mansilla sintió un sudor frío, un goterón de sudor espalda abajo. Como un animalillo, una gusana blanca. Y entonces dijo:
-Si no quieres, no te digo nada. Pero no puedo sin decírtelo vivir. No puedo. Te veo en clase o en el patio o jugando al fútbol, o te veo en la capilla de perfil, te veo comulgando, y cierro los ojos y te veo en pijama, en el dormitorio.
-Eres un guarro tú, eso es lo que eres. ¡Que me ves en pijama, tú! ¿Cuándo me has visto en pijama? Eres un maricón y un anormal, tú estás enfermo. Si piensas eso, estás enfermo.
Y Carlos Mansilla se había quedado quieto, contemplando a su amado, que quedaba un poco más alto que él, sobre una roca no muy alta.
-No me hables así. El quererte no se puede remediar. Yo no lo puedo remediar. No es nada malo.
-¿Que no es nada malo? Es pecado mortal para empezar, pero sobre todo estás enfermo. Eres repugnante. O sea, ¿que eso son la mierda de poesías que recitabas? ¡A ti hay que darte una paliza, chico, raquítico, miserable...!
Salazar giró en redondo. Empezó a subir la cuesta arriba, y Carlos Mansilla le siguió detrás y se le echó encima y cayeron los dos a un lado, en la hierba. Y Carlos Mansilla le abrazaba y le decía: Abrázame mi amor, y: Abrázame, mi vida. Quiéreme, por favor, abrázame. Y llegó a besarle en los labios, un beso pegajoso, lacrimoso, de niño. Salazar logró zafarse y se puso en pie y emprendió el camino senda arriba a buen paso, y se volvió y gritó: ¡Esto lo vas a pagar caro, maricón, muy caro!(...)
CONTRA NATURA / ÁLVARO POMBO
Javier Salazar -el
mal homosexual, maduro y desabrido triunfador, vacunado contra los afectos y contra el compromiso- conoce en el Parque del Oeste madrileño a Ramón Durán, un
lolito ingenuo que trabaja de camarero y se encuentra, como se decía antes,
en busca de protección. A partir de ahí se ponen en marcha una serie de resortes impredecibles que implicarán también a un antiguo compañero de seminario de Salazar y al primer amor de Ramón, un mediocre entrenador deportivo en crisis de identidad sexual.
Álvaro Pombo (Santander, 1939), vecino ilustre del barrio madrileño de Argüelles, es un escritor cautivador, prodigioso, inabarcable. Sus obras son sencillas en su enorme complejidad, porque son accesibles y dicharacheras a pesar del caudal de su prosa exuberante, del calado de sus referencias filosóficas, éticas, morales, poéticas, que siempre impregnan sus textos.
Este escritor juguetón y prolífico es militante
rilkeano, y emparenta con Henry James en su sobresalto ante la trampa a que son sometidas las personas puras de alma por otras que poseen una información mucho más contrastada. Lleva años teorizando y novelando sobre el
buen homosexual, ideado a partir de su concepción cristiana de la vida, a pesar de que no se cansa de criticar la praxis de las iglesias, de las que él se siente muy alejado.
En la época de la dictadura fue
enchironado en la comisaría de la calle Luna por reconocer ante un policía camuflado -en la Plaza de España- que era
maricón, en un amago fallido de ligue. El episodio fue breve, pero lo suficientemente significativo como para que perdiera su empleo de docente. Después llegó el autoexilio londinense, y la vuelta al alegre Madrid de la Movida, donde publicó en
Anagrama su excéntrico y sorprendente debut,
El héroe de las mansardas de Mansard -1983-, primer eslabón de una carrera a partir de entonces imparable.

Le sigo con devoción -así, si me entero de que va a un acto allí que voy, por lo que ya tengo libros firmados, fotos, de todo; gracias a él visioné
Brokeback Mountain, que no pensaba ver por prejuicios anti-
óscars, y luego es una de las películas que más me han gustado.. él la presentó en un cine fórum-. Aunque aún me falta alguna novela suya por leer -las de
Planeta, fundamentalmente- si tuviera que destacar títulos optaría por
El metro de platino iridiado (1990) y la increíble
La cuadratura del círculo (1999), su coqueteo iconoclasta con el género de
novela histórica.
Y, sin duda,
Contra natura (2005), en cuya lectura estoy enfrascado ahora, y que me tiene embebido y emocionado, de la que podría haber entresacado en realidad cualquier extracto... Es esta novela, que se publicó el año en que se aprobaron en España los matrimonios entre personas del mismo sexo, un retrato acerado de los homosexuales de dos generaciones en España, quizá el más prolijo y desprejuiciado que se ha novelado en estas décadas, no apto para reduccionistas del nuevo
catecismo gay, que suelen atacar al escritor por no ceñirse al corsé de sus preceptos partidistas. En su novela hay homosexuales buenos, malos y regulares, en función de los actos que desempeñen una vez iluminada la conciencia; de la relación que establezcan con los demás, de la capacidad de empatía, de la compasión que profesen, de la energía positiva o negativa que desparramen.

¡Qué pedazo de escritor que tenemos, Álvaro Pombo!
((El cuadro de apertura es
Der Wanderer über dem Nebelmeer -1818-, del romántico Caspar David Friedrich.¡Ah! Y luego tenemos a Pombo saliendo, o mejor metiéndose de nuevo, en el armario, que es lo que dijo, irónicamente, hace poco, que teníamos que hacer todos los gays de nuevo, meternos en el armario como señal de protesta... Pero se lió la marimorena, claro, porque parece ser que la lectura entre líneas, el doble sentido, la sutileza, es algo que no se estila o no se entiende ya entre quienes ocupan la primera plana del escaparate político y social. Y la última foto, en el jardín de su casa, es de Antonio Heredia)).