miércoles, 13 de agosto de 2008

COÑAC DE GEORGIA


((Ryszard Kapuscinski -la S y la N del apellido llevan acentos, pero el ordenador no me deja ponerlos-(Pinsk, Bielorrusia, entonces parte de Polonia, 1932 - Varsovia, 2007) fue uno de los periodistas más apasionados del pasado siglo.


Leyendo su libro El imperio -1993, Anagrama, traducción Ágata Orzeszek-, me di cuenta de hasta qué punto era ignorante de todo lo que concierne a la antigua URSS: no hay ni una palabra de sobra en el vívido retrato que Kapuscinski nos ofrece de todos los confines del imperio.
El imperio rebosa tanta vida que pareciera que en un momento dado fuera a darse un paseo por su cuenta, o a darnos las buenas noches antes de irnos a dormir. El cronista polaco -aventurero, bromista, finísimo observador, humanista- fue premio Príncipe de Asturias de la Comunicación y las Humanidades en 2003.



Estos días he recordado la parte dedicada a Georgia, donde hay un párrafo sobre el proceso de elaboración del coñac que me pareció fascinante -y eso que en principio es un tema que a mí.. que no me gusta el coñac, vaya- y es el que transcribo a continuación, como detalle de la vida cotidiana de aquel rincón de la Tierra donde hoy se dan cita los horrores.
Cualquier otro se hubiera limitado a una tediosa descripción, pero él esboza un magistral relato corto, protagonizado por robles perezosos de distintas edades; y con mucho sol, olor y calor, que es lo que tenemos estos días quienes estamos de vacaciones y nos enteramos de lo que pasa en Georgia por la prensa)).

Vajtang Inashvili me enseña su lugar de trabajo: una gran nave repleta de barriles hasta el techo. Enormes, pesados, dormidos, descansan sobre unos soportes.
En los barriles madura el coñac.
No todo el mundo sabe cómo se hace el coñac. Para conseguirlo, hacen falta cuatro cosas: vino, sol, madera de roble y tiempo. Además, como en todo arte, hace falta gusto. El resto se presenta de la manera siguiente:
En otoño, después de la vendimia, se fermenta la uva. El alcohol obtenido se vierte en barriles. Los barriles tienen que ser de roble. El secreto del coñac se esconde en los nudos de la madera. Mientras crece, el roble acumula sol. El sol penetra y se posa en los nudos, como el ámbar se posa en el fondo del mar. Es un proceso que dura decenas de años. Un árbol joven no daría buen coñac. El roble crece; su tronco empieza a platear. El roble se robustece; su madera cobra fuerza, color y olor. No todo roble dará buen coñac. El mejor lo dan los árboles solitarios que crecen en lugares apartados y en suelo seco. Son los que han acumulado mucho sol. En un roble de estas características hay tanto sol cuanta miel hay en un panal. Los suelos húmedos son ácidos, por lo que el roble contiene demasiado amargor. Lo detectaremos al tomar el primer trago de coñac. El roble que en su juventud haya sido herido por la metralla tampoco dará buen coñac. En el tronco herido los jugos circulan con dificultad, y la madera ya no tiene el mismo sabor.
Después los cuberos hacen los barriles. El cubero tiene que saber su oficio. Si falla el corte, la madera no dará el aroma deseado. Sí dará color, pero no soltará ni pizca de aroma. El roble es un árbol perezoso, y, sin embargo, haciendo coñac, tiene que trabajar. El cubero debe tener el pulso de un constructor de instrumentos de cuerda. Un buen barril puede durar cien años. Incluso hay que tienen doscientos y más. No todos saldrán bien. Hay barriles sin sabor, y otros que dan un coñac que es oro puro. Sólo pasados unos cuantos años se sabe cómo ha salido el barril.
En estos barriles se vierte el alcohol obtenido de la uva. Quinientos, mil litros, depende. Se colocan sobre los soportes y allí se dejan. No hay que hacer nada más; sólo esperar. A todo le llegará su tiempo. El alcohol penetra en la madera, y entonces el roble devuelve todo lo que ha acumulado: el sol, el olor y el calor. El árbol exprime sus jugos: trabaja.
Por eso tiene que tener paz.
Como respira, necesita de suaves corrientes de aire. Le gusta el ambiente seco. La humedad estropearía el color; daría un color pesado, sin luz. El vino gusta de la humedad; el coñac no la soporta. Es mucho más caprichoso. El primer coñac se obtiene al cabo de tres años. Tres años, tres estrellas. Los coñacs con estrellas son los más jóvenes, de baja calidad. Los mejores son los de marca, sin estrellas. Éstos han madurado durante diez, veinte, hasta cien años. Aunque, a decir verdad, la edad del coñac es aún mayor. Hay que añadirle la del roble del barril. En la actualidad se trabaja con robles que despuntaron en los tiempos de la Revolución Francesa.

La edad del coñac se reconoce por el sabor. El joven es duro, rápido, como impulsivo. Tiene un sabor áspero, rasposo. En cambio, el viejo entra terso, suave. Sólo más tarde empieza a irradiar. El coñac viejo alberga mucho calor, mucho sol. Sube a la cabeza con lisura, suavemente, sin prisas.
De todos modos hará su trabajo.


(La ilustración de entrada se llama Robles de Georgia y es de James Randklev. En busca de imágenes me he percatado de que un colega bloguero portugués -Paisagir- dedicó una entrada a este mismo párrafo en febrero, y lo tituló O cognac de Kapuscinski: un saludo desde aquí).

7 comentarios:

El Deme dijo...

Prefiero el coñac viejo, que me acaricie la garganta como un beso profundo, que me dé el calor de un abrazo y la alegría de un pensamiento lujurioso.
Justo, te espero en Aliento (genial) pero no te replicaré (he huído).

dvd dijo...

Es ésta la mejor forma de tomar conciencia de todo lo que se pierde o destruye en una guerra. Todo lo que generaciones han ido elaborando pacientemente. Qué pena... y qué bello pasaje de Kaspucinski.

pon dijo...

Parece que tambien Kapuscinsky maduró dentro de una barrica de buen roble.

Lástima, el coñac no me gusta, pero me dan ganas de volver a problarlo después de esto. Tal vez no supe encontrar el sabor de los nudos de la madera.

Muy bonita entrada Justo.

senses and nonsenses dijo...

como dvd, tb he intentando ver el símil con la situación actual de georgia...

será que es el coñac es cosa de hombres: por esto que parece que es a ver quién los tiene más gordos y más grandes.

un abrazo.

Javier dijo...

El tiempo y la maduración llevan a la excelencia, en este caso Georgia casi se ha convertido en una metáfora, ya que lo primero que pensé cuando todo esto empezó fue en el hecho de que de allí fue Stalin, y sentí una especie de sensación similar a una paradoja y ahora aquí Kapuściński, nos recuerda el camino hacia la excelencia del placer de saborear un buen brandy, un hombre que estuvo punto de ser anatemizado en su propia tierra por los gemelos diabólicos, curiosa sucesión de hechos.

Capri c'est fini dijo...

*A mí tampoco me va el coñac, pero como todo lo hecho con tiempo es un arte humano. Georgia es un país con años de tradición, que ahora Rusia pretende dirigir y USA (que no le va ni le viene) quiere "ayudar" a los amigos georgianos para luego pedir bases cerca de la "hermana mayor". No veía cosa igual desde el reparto de Polonia... y mientras la gente muriendo... Kapucinski, como siempre, impresionante.

Champy dijo...

Entre tu y PE-JOTA me van a hacer una enciclopedia!!!

Mil Gracias.

Y Georgia esta de moda.

Y dale con Aliento!!!

Como le voy a hacer????