CHRISTOPHE VINET A MI LADO

Procedente del teatro, Christophe Vinet ha llegado a la canción hace poco, habiendo ofrecido sus primeros conciertos en 2007. Sensible a las letras, a Baudelaire y a Brecht, de quienes ha adaptado textos en su álbum Éphémères, ha compuesto un repertorio a su imagen y semejanza, sensual y apasionado. Acompañado, en escena, de una banda acústica -cinco músicos, entre ellos un flautista y una violonchelista-, apoyado en lánguidas melodías, cautiva al auditorio con su voz de cisne herido, su mirada magnética y su gestualidad felina. Su canción abanderada, Éphémères, con la que termina el espectáculo, ha sido objeto de un dúo con Kenza Breiga, antigua propietaria de Loft story.



Leí esta reseña en el Pariscope -la Guía del Ocio parisina-,que iba acompañada de una foto que ocupaba la página entera, y raudo me aventuré a asistir a uno de esos conciertos que el para mí desconocido cantante ofrece cada jueves en una sala más que pequeña -cuatro filas, y yo en la primera, claro- en pleno cogollo, casi al lado del Pompidou, Essaïon.
Mi intuición fue acertada -¿no dicen eso de sabe más el diablo por viejo...?-, porque presencié un concierto deliciosamente íntimo, para apenas un puñado de personas, en un ambiente casi religieux, en el que Christophe Vinet nos fue ofreciendo un ramillete de canciones sutiles, mezclando con su paleta colores antes nunca vistos, como sucede con la Puerta de las Estrellas de Kubrick y Arthur C. Clarke. Ninguna canción estuvo de más, cada una aportó un matiz diferente realzado por los excelentes músicos que acompañan a este chansonnier cuya formación teatral es evidente en cada gesto, aunque él sea discreto y elegante, de una escuela -como Biolay, Bruni, Breut- bien alejada del histrionismo tan característico de Francia en tiempos pasados.

No recuerdo los títulos, si exceptuamos, precisamente, el solemne N´oublie pas y el ya citado Éphémères, a medio camino entre Sade y Brian Ferry, pero le seguiré el rastro y seguramente os cuente más.




Aislados bajo tierra en esa diminuta sala del Beaubourg parisino, ajenos a lo que pudiera pasar afuera, ese rato compartido con Christophe Vinet y sus músicos fue un privilegio para el sentido y los sentimientos que ni yo ni el público asistente supimos recompensar con nuestros aplausos, quizá sí con nuestras miradas, porque al término del concierto la sala se quedó de repente vacía, como si no hubiera pasado nada, siendo como era tan difícil expresar el agradecimiento por ese inapreciable regalo.


ÉPHÉMÈRE / CHRISTOPHE VINET