sábado, 1 de diciembre de 2007

PROUST Y LA GIMNASIA DE LA INDIFERENCIA


Por lo menos una vez y media he llevado a la práctica la gimnasia de la indiferencia de la que habla Marcel Proust en las páginas de su clásico universal À la recherche du temps perdu.
Se trata de luchar contra la enfermedad amorosa en aquellos momentos en que sabemos que ya no resta sino despeñarnos en picado: es entonces cuando se puede iniciar, como terapia, una especie de recuento de los días que vamos superando sin ningún tipo de noticias, ni acercamientos, a la persona amada y que no nos corresponde y nunca va a hacerlo. Son días en el vacío que se van amontonando con dolor, una suma lúgubre de jornadas que, sin embargo, tienen en nuestro arrebato algo de victorioso, porque queremos imaginar que la persona en cuestión nos echa de alguna manera en falta y estaríamos perpetrando así una especie de venganza sentimental.

Al final del túnel llega el momento en que la cifra de la suma de los días concluye con una victoria definitiva, que es nuestra indolencia, aunque al comenzar la gimnasia no queramos ni pensar en que se pueda sobrevivir con la ausencia de la persona amada, porque eso significa la muerte, la pérdida de todo sentido.
Hay que tener, sin duda, mucha determinación para llevar esta gimnasia a la práctica, mucha más de la que hoy hace falta para ir al gym y pasarse horas haciendo abdominales.
No creo que nadie haya deconstruido la pasión-desesperación amorosa con la obsesión minuciosa que lo hizo Proust.
Aunque yo todavía tengo la obra a medio, la voy leyendo despacio y a intervalos por la noche, estoy acabando la parte de los Guermantes y pronto iniciaré Sodoma y Gomorra. Antes de A la busca del tiempo perdido, me leí Jean Santeuil, que pasa por ser una especie de esbozo imperfecto, pero que a mí me deslumbró sobremanera, por el estilo sublime que yo entonces descubría y por algunos pasajes emocionantes que desde entonces conservo en la memoria:

-Jean discute fuertemente con sus padres y almacena todo el rencor de que es capaz, pero al quedarse solo por la noche y abrir el armario ropero, percibe de súbito la fragancia que emana de un abrigo de su madre, y entonces la identifica con la esencia de ella, que penetra así de alguna manera en su alma, y al hacerlo rompe en lágrimas y se reconcilia con la madre que adora y cuyo espíritu ha sido capaz de distinguir a través de un olor característico.

-Jean está en un bar algo aturdido y de repente irrumpe un amigo bastante nuevo y de posición social superior -los juegos sociales de poder son vitales en la obra proustiana, tanto que a veces cansa- pero con quien ha surgido una complicidad incipiente, y éste, al ver a Jean, para acceder antes a él acorta impaciente el camino pasando por encima de dos o tres mesas de la taberna, ante el estupor general, deseoso de llegar cuanto antes, de expresar así el júbilo que siente al identificar y reconocer a su amigo, lo más importante y puro en su vida en ese momento en que confluyen sus caminos y sus intereses.
(Posteriormente leyendo À la recherche.. me he percatado de que la visión de Proust de la amistad no es nada idealizada, es más bien cruel -en realidad sus disecciones suelen ser siempre crueles- pero ese momento mágico de exaltación y alegría en el Jean Santeuil es inigualable).

No hace mucho se ha puesto a la venta en España el primer tomo -Combray- de la adaptación al comic de Á la recherche.. que ha llevado a cabo Stéphane Heuet. Lo he leído y me ha parecido una maravilla de delicadeza, que os recomiendo vivamente. Es muy fiel al libro, y sin embargo no deja de ser una historieta: en este primer episodio conocemos a Marcel, sus miedos infantiles y la dependencia con su madre, la negativa a compartirla que marcará su posterior historial amoroso y erótico.

Y por supuesto conocemos a su tía Léonie, la que le ofrece la magdalena, un personaje valetudinario que decide encerrarse primero en su casa, después en el dormitorio, para luego ya no salir de la cama, que puede espeluznar a algunos pero que es fascinante a los ojos de Marcel y a los nuestros -es un tipo de mujer mayor rodeada de liturgias que acostumbra a reflexionar en voz alta, un molde muy querido también por nuestro gran Álvaro Pombo-.

((Como siempre, besos)).

5 comentarios:

Fernado Palaio dijo...

Besos amigos.

Justo dijo...

Igualmente para ti, gracias por tu fidelidad a este blog.

Fernado Palaio dijo...

É um blog interesante e bem escrito por alguém com uma mentalidade interessante!Besos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Justo por ese detalle de amistad bloguera. Estoy en Granada de celebración, en Málaga ya le echo un vistado a estas últimas entradas que parecen interesantes, besinos!

Fernado Palaio dijo...
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