lunes, 14 de junio de 2010
EL PULSO SUTIL DE MARINA MAYORAL
(...) Para algunas cosas eras un poco borrica, Celina, como lo de decir que eras mi mejor amiga poque te daba la gana. Lo de mejor amiga siempre lo entendiste al revés, ya se ve en la libretita que acabo de quemar. Tenía que ser yo quien dijera que eras mi mejor amiga, de la otra forma se notaba demasiado tu empeño. Yo sé que a ratos soy difícil de aguantar, pero dicho así parecía que todo el gasto de la amistad fuera tuyo, que a pesar de los pesares te habías empeñado en ser mi amiga, la mejor, la única, la mejor amiga del mundo... Ya las monjas decían que eras un ángel, siempre fuiste la buena, pero querer, querer, quizá yo te he querido más, porque tú eras así con todo el mundo, y yo no, sólo contigo. Me acuerdo de un juego que inventamos siendo niñas, con varias barajas unidas; perdía el que se quedaba antes sin cartas, pero nosotras no perdíamos nunca porque la que iba ganando le "prestaba" cartas a la otra, y así durante horas. Yo siempre he jugado a ganar, Celina, sólo contigo jugaba a jugar, a esperar que la suerte cambiara de signo, con tranquilidad, ayudando al otro y confiando ciegamente en él.
Cuando te asomaste a la galería aquella última vez fue como si toda nuestra vida estuviera allí, entre las dos. Éramos Celina y Bela esperándose para ir a la escuela, al colegio, a la Universidad, al extranjero, al frente, a la boda, los niños, los tíos, tu madre... "No quiero que estés aquí hasta el final", dijiste, "prefiero que me recuerdes así", y dos días después: "vete, Bela, vete ya", cuando aún tenías fuerzas para levantarte, para decirme adiós como siempre. No he vuelto, Celina, no he querido volver. Antonio me contaba todas las noches, una semana apenas, las inyecciones que te ponían y que hablabas mucho de los años del colegio, de la Universidad... y que cerraste los ojos y dijiste: "no te olvides de apagar la luz, Bela". Como en la residencia, que te dormías con la luz encendida y a veces con un trozo de galleta debajo de la almohada, porque ya no podías más, tragona, pero te la dejabas por si te despertabas y te volvía el hambre, y ya medio dormida: "no te olvides de apagar la luz, Bela". No te gustaba leer por la noche, pero no te importaba que yo me quedara estudiando o leyendo en la cama. Yo por las noches nunca tenía sueño, por la mañana sí, eras tú la que abría la ventana y en seguida ponías la radio, una música suave mientras te lavabas. Era un agradable despertar. Ahora tampoco duermo, lo peor son las noches, Celina, y lo que queda todavía. Me tomo una pastilla y muchas veces me duermo pensando en aquel sonido del agua y de la música y de tus pasos que vendrán a despertarme.
De De su mejor amiga, Celina, relato de Marina Mayoral
(...) Pero ella siempre ha sido así, ya me lo esperaba, en cierto modo me ha dolido más lo de Juan Carlos; si le digo que tengo lepra no me mira con más horror. Él fue desde pequeño mucho más cariñoso que la niña, sin comparación, lo que pasa es que en estas cosas me preocupa, hay algo que no va bien, yo no sé si los frailes... no sé, pero no me parece a mí normal tanto desinterés. Yo no soy como mi suegra, que quería a su hijo para ella sola, por muy viuda que fuera ya podía suponer que alguna se lo había de llevar un poco antes o un poco después, no era para tomárselo así. A mí me gustaría que Juanca saliese con chicas y, en fin, lo normal a su edad, lo que pide la naturaleza. Cuando se me empezó a notar volvía la vista hacia otro lado, como si fuera algo repugnante y eso que llevaba unos vestidos muy monos y muy disimulones, y ahora igual, le voy a dar un beso y me tuerce la cara. Me preocupa este chico y me duele que reaccione así, en el fondo es egoísmo, no querer enterarse de los problemas de una. De modo que si la familia hace eso, ¿qué vas a esperar de los de fuera?, "estás loca", "qué insensatez", "¡a estas alturas!". Hasta el médico, "¿ha calculado usted los riesgos?", calculado, qué barbaridad, como si una fuese una máquina; ni una palabra de aliento, nadie. El único Juan, "a lo hecho, pecho", como siempre, no es un gran consuelo, pero tampoco lo de los otros. Más de dos me han recomendado el viaje a Londres, Marieta también. Pero yo eso no lo quiero, no es por ser católica, que sí lo soy, pero me parece horrible, como planear un crimen, a escondidas y en un país con esa lengua que no se entiende nada. Además, le decía yo a Gloria, que ella sí que fue hace años a Londres y es de las que me animaban al viaje, mi abuela tuvo dieciocho hijos, estuvo pariendo casi hasta los cincuenta y no le salió ninguno mal. Y ella me decía, "pero tú qué sabes si de los seis que se le murieron de niños había alguno tonto", y en eso tiene razón, cuando son pequeños se les nota menos y sobre todo antes, que la medicina estaba más atrasada. Pero el mío no, el mío no era tonto. Era un niño hermoso y parecía fuerte. Nació justo a los nueve meses y un día. Nació muerto. Fue en el momento del parto, el chico venía bien, pero tardé mucho en dilatar y después algo falló, no tenía ganas de empujar, no sé por qué sería. Me dio mucha pena. Entonces sí que me sentí vieja, que ya no servía, que ya no sirvo. Porque la verdad es que yo lo quería, quería a ese niño, desde aquella noche, desde antes. Yo me acuerdo de cuántas angustias con Marieta y con Juanca, llegaron y cargamos con ellos, pero lo que se dice quererlos, antes, antes de verlos ya aquí, pues no, no los quería, y después estábamos deseando dejárselos a mi madre, nos apetecía salir, y con sólo una habitación y aquella cocinita tan pequeña y siempre llena de humos nos arreglábamos muy mal, no nos iba a alquilar un palacio, decía mi suegra... Ahora tenemos una casa grande y un dinerillo ahorrado y una asistenta por horas y yo tengo tanto tiempo libre. Juan se pasa las horas en el estudio o en la obra y después muchos días con los filatélicos, y yo estoy aquí, esperando que aparezca Marieta y me cuente algo, o el chico. Juan se enfada conmigo, dice que no entiende por qué me siento vieja, que él se encuentra en plena forma, está pensando en apuntarse al maratón, siempre le ha gustado hacer deporte. Así que yo vengo aquí, a este cuarto donde pensaba poner la cuna, junto a la ventana, para que al crecer pudiera ver el árbol y los pájaros que vienen algunas mañanas, y me siento aquí, y lloro un rato.
De Nueve meses y un día, relato de Marina Mayoral.
Compré hace muy poco su libro, atraído -igual que en el caso de Pilar Pedraza- por su naïve portada: El tiburón y el ángel, una colección de cuentos de Marina Mayoral (Mondoñedo, Lugo; 1942), cuentos publicados originalmente en 1989 bajo el título Morir en sus brazos.
El enhebrado de sus palabras, de sus impresiones, que son como una pintura a acuarela, es tan sutil que tarda un poco en irte impregnando, hasta que -ha sido mi caso- te cala hasta los huesos. La unión inquebrantable y delicadísima con una amiga -qué poco se escribe sobre las amigas, mujer y mujer-, el bebé no deseado que nace muerto en el parto, la sobreprotección maternal, el cambio de rumbo en una mañana de verano... Lo más bonito es que -aunque no creo que fuera esa su pretensión- Marina parece pulsar el espíritu de muchas mujeres -de una época concreta- dando forma al pensamiento que nunca encontró su cauce, y al traducirlo en palabras queda claro que esa expresión no se identifica ni con lo que hubieran deseado sus mentores ni con el discurso de liberación que ya sería asumido por la generación inmediatamente posterior. Es simplemente la voz que sale del alma, el torrente personal e intransferible de cada una y por eso mismo un canto universal.
((Los maravillosos cuadros son, claro, de Amedeo Modigliani: Cipreses, árboles y casas y Jeanne Hebuterne)).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Me sonaba esta autora pero, ahora, con tus comentarios y reflexiones me interesaré por ella.
Jo, el Fotogramas ¡Maribel y Leonor en plan pin-ups, qué delicia!
La verdad que la literatura escrita por mujeres me apasiona, sobre todo las americanas e inglesas locas de los 60-70, que son divertidísimas, idas de la olla, apasionantes, aventureras. Y claro, multi-divorciadísimas treinta años antes, con lo cual, claro, son culturas que tienen muchas más mujeres-escritora y muchas más mujeres-detective...
He oído hablar de la Mayoral, y muy bien, así que nunca es tarde...
Toy comentando en pocos blogs, pero iré poco a poco, porque he tenido una contractura o pinzamiento bestial la semana pasada, con este tiempo, y he estado de tratamientos y cosas (no es nada grave, pero es un poco molesto). Hoy he empezado a tomar una cosa nueva, que ya usaba en pomada, que tiene un nombre muy literario: "Traumeel". Es medio homeopática y muy buena, la han sacado en pastillitas que se disuelven, ya llevo dos, y se me está despinzando...pero es que cuando hay nubes y no llueve, puff, me molesta. Es mejor que el ibuprofeno, porque ésta se disuelve como un caramelo, lo que pasa que son doce lereles (como es homeopática...), así que voy a tomar más, a ver si comento más blogs, que me tira la chepa:-) aysss:-)
Besotes.
Sinceramente tengo poco por no decir nada que aportar, ya que para mi es un descubrimiento, el cual te agradezco.
Marina Mayoral es una escritora muy personal, y en gallego su prosa tiene que ser delicada, musical...
He llegado a este blog por causalidad y he encontrado tu comentario, que me ha gustado mucho y que te agradezco. Casi no me acordaba de esos cuentos, que tienen muchos años, y me ha alegrado que alguien los "resucite".. Se nota que eres un gran lector.
Gracias y un abrazo de
Marina
Publicar un comentario