domingo, 5 de diciembre de 2010

FONCHITO Y SU MADRASTRA BUENA



Justiniana tenía los ojos como platos y no dejaba de accionar. Sus manos parecían aspas:

-¡El niño Alfonso dice que se va a matar! ¡Porque usted ya no le quiere, dice! -pestañeaba, aterrada-. Está escribiéndole una carta de despedida, señora.

-¿Es éste otro de esos disparates que...? -balbuceó doña Lucrecia, mirándola por el espejo del tocador-. ¿Tienes pajaritos en la cabeza, no?

Pero la cara de la mucama no era de bromas y doña Lucrecia, que estaba depilándose las cejas, dejó caer la pinza al suelo y sin preguntar más echó a correr escaleras abajo, seguida por Justiniana. La puerta del niño estaba cerrada con llave. La madrastra tocó con los nudillos: "Alfonso, Alfonsito". No hubo respuesta ni se oyó ruido adentro.

-¡Foncho! ¡Fonchito! -insistió doña Lucrecia, tocando de nuevo. Sentía que la espalda se le helaba-. ¡Ábreme! ¿Estás bien? ¿Por qué no contestas? ¡Alfonso!

La llave giró en la cerradura, chirriando, pero la puerta no se abrió. Doña Lucrecia tragó una bocanada de aire. El suelo era otra vez sólido bajo sus pies, el mundo se reordenaba después de haber sido un resbaladizo tumulto.

-Déjame sola con él -ordenó a Justiniana.



Entró en el cuarto, cerrando la puerta a su espalda. Hacía esfuerzos por reprimir la indignación que iba ganándola, ahora que había pasado el susto.
El niño, todavía con la camisa y el pantalón del uniforme de colegio, estaba sentado en su mesa de trabajo, la cabeza baja. La alzó y la miró, inmóvil y triste, más bello que nunca. A pesar de que aún entraba luz por la ventana, tenía encendida la lamparilla y en el dorado redondel que caía sobre el secante verdoso doña Lucrecia divisó una carta a medio hacer, la tinta todavía brillando, y un lapicero abierto junto a su manecita de dedos manchados.
Se acercó a pasos lentos.

-¿Qué estás haciendo? -murmuró.

Le temblaban la voz y las manos, su pecho subía y bajaba.

-Escribiendo una carta -repuso el niño en el acto, con firmeza-. A ti.

-¿A mí? -sonrió ella, tratando de parecer halagada-. ¿Ya puedo leerla?

Alfonso puso su mano encima del papel. Estaba despeinado y muy serio.



-Todavía. -En su mirada había una resolución adulta y su tono era desafiante-. Es una carta de despedida.

-¿De despedida? Pero ¿acaso te vas a alguna parte, Fonchito?

-A matarme -lo oyó decir doña Lucrecia, mirándola fijo, sin moverse. Aunque, después de unos segundos, su compostura se quebró y se le aguaron los ojos-: Porque tú ya no me quieres, madrastra.

Oírselo decir de esa manera entre adolorida y agresiva, con la carita torciéndosele en un puchero que intentaba en vano frenar y usando palabras de amante despechado que desentonaban tanto en su figurilla imberbe, de pantalón corto, desarmó a doña Lucrecia. Permaneció muda, boquiabierta, sin saber qué responder.

-Pero, qué tonterías estás diciendo, Fonchito -murmuró al fin, sobreponiéndose sólo a medias-. ¿Que yo no te quiero? Pero, corazón, si tú eres como mi hijo. Si yo a ti...



Se calló, porque Alfonso, dejando caer su cuerpo sobre ella y abrazándose de su cintura, rompió a llorar. Sollozaba, con la cara aplastada contra el vientre de doña Lucrecia, su pequeño cuerpo conmovido por los suspiros y con un jadeo ansioso de cachorrillo hambriento. Era un niño, ahora sí, no había duda, por la desesperación con que lloraba y el impudor con que exhibía su sufrimiento. Luchando para no dejarse vencer por la emoción que le cerraba la garganta y había mojado ya sus ojos, doña Lucrecia le acarició los cabellos. Confundida, presa de sentimientos contradictorios, lo escuchaba desahogarse, balbuciendo sus quejas.

-Hace días que no me hablas. Te pregunto algo y te das la vuelta. Ya no me dejas que te bese ni para los buenos días ni las buenas noches y cuando regreso del colegio me miras como si te molestara verme entrar a la casa. ¿Por qué madrastra? ¿Yo qué te he hecho?



Doña Lucrecia lo contradecía y lo besaba en los cabellos. No, Fonchito, nada de eso es verdad. ¡Qué susceptibilidades eran ésas, chiquitín! Y, buscando la forma más atenuada, trataba de explicárselo. ¡Cómo no lo iba a querer! ¡Muchísimo, corazoncito! Pero si vivía pendiente de él para todo y lo tenía siempre en la mente cuando él estaba en el colegio o jugando al fútbol con sus amigos. Ocurría, simplemente, que no era bueno que fuera tan pegado a ella, que se desviviera de esa forma por su madrastra. Podía hacerle daño, zoncito, ser tan impulsivo y vehemente en sus afectos. Desde el punto de vista emocional, era preferible que no dependiera tanto de alguien como ella, tan mayor que él. Su cariño, sus intereses debían compartirse con otras personas, volcarse sobre todo en niños de su edad, sus amiguitos, sus primos. Así crecería más pronto, con una personalidad propia, así sería el hombrecito de carácter del que ella y don Rigoberto se sentirían después tan orgullosos.

(...)

ELOGIO DE LA MADRASTRA / MARIO VARGAS LLOSA (Ed. Tusquets)

Elogio de la madrastra, publicada por primera vez en la colección erótica La sonrisa vertical en 1988, y dedicada precisamente al director de la misma, Luis García Berlanga, es una novela corta de Mario Vargas Llosa.



Su lectura me ha producido un efecto raro, ya que por momentos me parecía adentrarme en el mundo dulcísimo y venenoso a un tiempo de la Condesa de Ségur, con esos diálogos primorosos y los flecos aleccionadores. Pero la obra -que transcurre en una Lima que parece atemporal- está infectada con el virus perverso de Sade, Laclos o Sacher-Masoch, que conectan muy bien con el universo de su autor: la sensibilidad extrema, los entresijos de las relaciones de poder...
Estructurada en torno a distintos cuadros -de Fra Angelico a Francis Bacon-, nos presenta además a un personaje que es en si una isla y un relato propio: don Rigoberto, personaje flaubertiano, que se redime a través de un meticuloso ritual de aseo personal perpetrado a diario.



Es una novela turbadora, diferente, que no ha hecho sino abrirme el apetito para seguir adentrándome en Vargas Llosa, de quien sólo había leído hasta ahora Los cachorros.

(El cuadro es Alegoría del Amor, de Agnolo Bronzino -s XVI-)

7 comentarios:

Madame X dijo...

Esta novela la tengo pendiente. Y ahora que vuelvo a reencontrarme con ella, gracias a ti, de inmediato la apunto en mi lista de libros que no pueden esperar. ¡Ea!

Merci.

pon dijo...

Pos apúntate Los jefes, La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo. Vas a flipar.

Javier dijo...

Este es un asunto pendiente, en estos momento la estoy viendo en la estantería.

Uno dijo...

Me gusta mucho Vargas Llosa y he leido unas cuantas novelas suyas pero no sabía de la existencia de esta novelita.
Suena tan bien...
Gracias Justo.
Un abrazo

Justo dijo...

MADAME: Yo creo que es muy de tu estilo. Se lee de un tirón, además.

PON: ¡Pienso seguir leyéndole, sí!

PE-JOTA: Pues no tienes más que levantarte y cogerlo, jaja

UNO: Te digo lo mismo que a Madame, creo que la disfrutarías bastante. Y nada es lo que parece..

Besos

@ELBLOGDERIPLEY dijo...

A todas las obras nombradas, suma "La Tía Julia y el escribidor", que alucinarás en colores.
Es un enorme escritor, probablemente junto al ya premiado García Márquez, nos encontremos ante los dos escritores vivos más grandiosos en lengua española.
Ha querido la casualidad antes de comentarte, que me haya conectado a "El País" y después a la página de los Nobel, y que estuvieran retransmitiendo en directo su discurso de agradecimiento.
No sólo es que escriba bien, sino que habla y se queda uno embobado escuchando. He recordado que además de "la Tía Julia" y "Los cachorros", leí y pude ver su obra de teatro "La señorita de Tacna", cuando la pusieron en Madrid (recuerdo que Rosalía Dans interpretaba un papel). No estoy seguro quién hacía de "Mamaé", la protagonista, el autor ha nombrado en su discurso a Norma Aleandro.
Fabuloso el discurso de agradecimiento del premio Nobel, ha hablado sobre el oficio de escribir, de Perú, de España, de su nacionalidad española, de la transición, de los cinco años que pasó en Barcelona, "que era la capital cultural de latinoamérica"....Ha detallado que comenzó como autor de teatro, escribiendo obras de teatro, pero que enseguida se pasó a la prosa, ha hablado de Cármen Balcells (su agente y amiga), y hasta de la última experiencia teatral en la escena española, de la mano de Aitana Sánchez-Gijón. La verdad que me he oído el discurso del Nóbel casi entero, me ha pillado así, de pronto, y podía haber hecho otra cosa, pero es que habla un castellano que es un regalo para el oído...Me he quedado como imantado escuchando su discurso...
Besotes.

Justo dijo...

Me hubiera gustado oír el discurso, Ripley.. apunto La tía Julia.., en realidad ya la tenía apuntada, me encanta ese nombre..

Un abrazo