-¿Qué es lo que no puede ser, Emilia?
-No puede ser que Matilda se haya muerto.
(...)
-Desgraciadamente sí se ha muerto, Emilia. Entiendo lo que quieres decir: que parece imposible. A mí también me parece imposible a veces. Pero se ha muerto.
-Pero decían que no...
-¿Quién decía que no?
-Los curas, la Iglesia. Siempre se ha dicho eso, que la muerte... no es lo que parece. Parece que todo se acaba pero no es verdad, dicen. La resurrección, se habla de la resurrección, ¿no?
-¿Tú crees en la resurrección?
-¿Yo? ¿Qué más da lo que yo crea? Digo lo que dicen. Si Jesucristo resucitó, también los demás, también Matilda. Explícame la resurrección. Porque no puede ser que Matilda se haya muerto del todo...
Hablar sobre la vigencia de la resurrección no es algo que se suela hacer hoy en día, aunque los personajes de Álvaro Pombo incurran en ello con frecuencia. A mí me fascina, cuando aparece esta temática en sus novelas... no sólo en La fortuna de Matilda Turpin -de donde está extraído el diálogo de arriba-, en El temblor del héroe dos de los protagonistas se enzarzan en una conversación apasionante sobre la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino...
Es por la noche. Es de noche. Es la noche noctámbula que abre la conciencia del noctámbulo y que, a la vez, la cierra y la comprime. Es ahora el entrecejo de la noche, lo malo de lo noche. Pasadas ya las doce, más allá del bien y del mal. Y hay en Madrid, en otoño, un aire deseante, un dios deseante que no satisface ningún deseo de satisfacción. Un dios que es cruel y que oprime la conciencia hasta convertirla en una nada, en una insignificante conciencia del deshonor y de la culpa.
Una novela durísima, esta última de Pombo, en la que se cuela el mismísimo Diablo -un `sin por qué´, un jeta para el que no cuentan los demás- en forma de profesor jubilado que se desliza en skateboard por las calles. Absorbente y soberbia, como todas las suyas, y profundamente moral. El escritor sigue indagando a la busca de una ética actual que no deseche sin más nuestro legado cultural y filosófico... y lo hace, además de con hondura, con gracia y con su inconfundible estilo -ahora estoy enfrascado en Virginia o el interior del mundo, que es alucinante sin más, leo a Pombo sin parar, no puedo parar, no puedo parar, como Santiago Segura cuando el anuncio de la Schweppes, jajaj..-.
El caso es que Pombo no es el único autor contemporáneo que se preocupa por el devenir de las grandes creencias cristianas, como pueda ser la resurrección o... el Día del Juicio Final. Porque parece que ya ni el Papa ni -creo yo- los obispos suelen hacer mención del mismo, como si se hubiera diluido su importancia -aunque nadie lo haya puesto en entredicho tampoco, que yo sepa-. Ya sabéis, es el Día en que toda la Humanidad, todos los hombres y mujeres y niñas y niños y ancianos serán juzgados por sus obras, no sé si precedidos de un son de trompetas o por los jinetes del apocalipsis... el día en que todas las injusticias serán reparadas y las buenas obras eternamente recompensadas.
Sobre ello escribe Javier Marías unas páginas magistrales en la segunda parte de su trilogía Tu rostro mañana, la denominada Baile y sueño. Para ello utiliza como estribillo el We died at such a place shakesperiano, fabulando cómo los distintos finados defienden su causa ante el Altísimo, Morimos en tal sitio, comienzan exponiendo, para luego desarrollar su historia personal intercalada con disculpas, ruegos, medias verdades y suposiciones -del rostro del Hacedor ante semejante e interminable despliegue ya se hizo una idea Miguel Ángel en la colosal creación que hizo para la Capilla Sixtina-.
La conclusión de Marías es que, a pesar de lo sobrecogedor y tremendo de tamaño juicio, había algo en tal creencia que consolaba a todos, no sólo el sentido de justicia, sino la sensación de que nuestras vidas eran así trascendentes, contempladas, mesuradas.
Esa ensoñación narcisista de tantos contemporáneos, llamada a veces "conciencia", tal vez no sea sino un sucedáneo de la antigua idea o vago sentido de la omnipresencia de Dios, que con su ojo vigilaba y estaba atento a cada segundo de la vida de cada uno, era muy halagador en el fondo, y un alivio pese a las contrapartidas, es decir, al elemento implícito de amenaza y castigo y a la aterradora creencia de que nunca era nada ocultable del todo a todos y para siempre; sea como sea, tres o cuatro generaciones de duda o incredulidad dominantes no bastan para que el hombre acepte que su trabajosa y no solicitada existencia transcurre sin que nadie asista ni la contemple ni se asome jamás a ella; sin que nadie la juzgue ni la desapruebe.
Quizá por eso se acude a los programas de televisión aireando intimidades, o se vocea hablando por el móvil en los vagones de tren, o pasamos el tiempo maquillándonos en las redes sociales, o se escribe -tan bien como Javier Marías, que yo percibo como una conciencia que me acuna, y al leer sus libros siento como si me arrojara en sus brazos para que me arrope su pensamiento, sus reflexiones, es una experiencia sensorial-, para dejar impreso en un universo inaprehensible en el que las ideas de Resurrección y de Juicio Final se han volatilizado, algún chispazo, por ínfimo y superfluo que sea, de la esencia que nos hierve por dentro, y que antes llamaban espíritu, o alma. Para decir que somos yo y que nos pasan cosas -y en este sentido esta mañana he tenido un claro ejemplo, en una sala de espera una señora se ha pasado dos horas enteras hablando, hemos sabido lo que ha desayunado, detalles sobre toda su prole, preferencias, manías.. como si temiera que alguien la fuera a desenchufar como al Hal 9000 de 2001... y le corriera prisa dejar constancia de su travesía mortal-.
-No puede ser que Matilda se haya muerto.
(...)
-Desgraciadamente sí se ha muerto, Emilia. Entiendo lo que quieres decir: que parece imposible. A mí también me parece imposible a veces. Pero se ha muerto.
-Pero decían que no...
-¿Quién decía que no?
-Los curas, la Iglesia. Siempre se ha dicho eso, que la muerte... no es lo que parece. Parece que todo se acaba pero no es verdad, dicen. La resurrección, se habla de la resurrección, ¿no?
-¿Tú crees en la resurrección?
-¿Yo? ¿Qué más da lo que yo crea? Digo lo que dicen. Si Jesucristo resucitó, también los demás, también Matilda. Explícame la resurrección. Porque no puede ser que Matilda se haya muerto del todo...
Ordet -La palabra-, de Carl Theodor Dreyer |
Es por la noche. Es de noche. Es la noche noctámbula que abre la conciencia del noctámbulo y que, a la vez, la cierra y la comprime. Es ahora el entrecejo de la noche, lo malo de lo noche. Pasadas ya las doce, más allá del bien y del mal. Y hay en Madrid, en otoño, un aire deseante, un dios deseante que no satisface ningún deseo de satisfacción. Un dios que es cruel y que oprime la conciencia hasta convertirla en una nada, en una insignificante conciencia del deshonor y de la culpa.
Una novela durísima, esta última de Pombo, en la que se cuela el mismísimo Diablo -un `sin por qué´, un jeta para el que no cuentan los demás- en forma de profesor jubilado que se desliza en skateboard por las calles. Absorbente y soberbia, como todas las suyas, y profundamente moral. El escritor sigue indagando a la busca de una ética actual que no deseche sin más nuestro legado cultural y filosófico... y lo hace, además de con hondura, con gracia y con su inconfundible estilo -ahora estoy enfrascado en Virginia o el interior del mundo, que es alucinante sin más, leo a Pombo sin parar, no puedo parar, no puedo parar, como Santiago Segura cuando el anuncio de la Schweppes, jajaj..-.
¿QUÉ SE HIZO DEL JUICIO FINAL?
El caso es que Pombo no es el único autor contemporáneo que se preocupa por el devenir de las grandes creencias cristianas, como pueda ser la resurrección o... el Día del Juicio Final. Porque parece que ya ni el Papa ni -creo yo- los obispos suelen hacer mención del mismo, como si se hubiera diluido su importancia -aunque nadie lo haya puesto en entredicho tampoco, que yo sepa-. Ya sabéis, es el Día en que toda la Humanidad, todos los hombres y mujeres y niñas y niños y ancianos serán juzgados por sus obras, no sé si precedidos de un son de trompetas o por los jinetes del apocalipsis... el día en que todas las injusticias serán reparadas y las buenas obras eternamente recompensadas.
Sobre ello escribe Javier Marías unas páginas magistrales en la segunda parte de su trilogía Tu rostro mañana, la denominada Baile y sueño. Para ello utiliza como estribillo el We died at such a place shakesperiano, fabulando cómo los distintos finados defienden su causa ante el Altísimo, Morimos en tal sitio, comienzan exponiendo, para luego desarrollar su historia personal intercalada con disculpas, ruegos, medias verdades y suposiciones -del rostro del Hacedor ante semejante e interminable despliegue ya se hizo una idea Miguel Ángel en la colosal creación que hizo para la Capilla Sixtina-.
La conclusión de Marías es que, a pesar de lo sobrecogedor y tremendo de tamaño juicio, había algo en tal creencia que consolaba a todos, no sólo el sentido de justicia, sino la sensación de que nuestras vidas eran así trascendentes, contempladas, mesuradas.
Esa ensoñación narcisista de tantos contemporáneos, llamada a veces "conciencia", tal vez no sea sino un sucedáneo de la antigua idea o vago sentido de la omnipresencia de Dios, que con su ojo vigilaba y estaba atento a cada segundo de la vida de cada uno, era muy halagador en el fondo, y un alivio pese a las contrapartidas, es decir, al elemento implícito de amenaza y castigo y a la aterradora creencia de que nunca era nada ocultable del todo a todos y para siempre; sea como sea, tres o cuatro generaciones de duda o incredulidad dominantes no bastan para que el hombre acepte que su trabajosa y no solicitada existencia transcurre sin que nadie asista ni la contemple ni se asome jamás a ella; sin que nadie la juzgue ni la desapruebe.
Quizá por eso se acude a los programas de televisión aireando intimidades, o se vocea hablando por el móvil en los vagones de tren, o pasamos el tiempo maquillándonos en las redes sociales, o se escribe -tan bien como Javier Marías, que yo percibo como una conciencia que me acuna, y al leer sus libros siento como si me arrojara en sus brazos para que me arrope su pensamiento, sus reflexiones, es una experiencia sensorial-, para dejar impreso en un universo inaprehensible en el que las ideas de Resurrección y de Juicio Final se han volatilizado, algún chispazo, por ínfimo y superfluo que sea, de la esencia que nos hierve por dentro, y que antes llamaban espíritu, o alma. Para decir que somos yo y que nos pasan cosas -y en este sentido esta mañana he tenido un claro ejemplo, en una sala de espera una señora se ha pasado dos horas enteras hablando, hemos sabido lo que ha desayunado, detalles sobre toda su prole, preferencias, manías.. como si temiera que alguien la fuera a desenchufar como al Hal 9000 de 2001... y le corriera prisa dejar constancia de su travesía mortal-.
2 comentarios:
Comparto tu admiración por Marías pero nunca he leido a Pombo.
El juicio final lo desestimé por impracticable cuando tenía 6 años y ya sin miedo me lancé a pecar pero arreglaba lo del narcisismo creyéndome vivir en el show de Truman.
Resurecciones si he visto algunas.
Estupenda entrada. Un abrazo
¡Tienes que leer a Pombo, Uno!
Creo que te va a gustar bastante, por lo que te conozco.
Realmente a todas luces el Juicio Final parece impracticable, tienes razón, al menos como nos lo presentaban.
Y resurrecciones me acuerdo ahora de una muy buena, la Resurrección de la alegría, de María Jiménez.
Un abrazo fuerte
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