El año en que me vine a Madrid a estudiar salió el primer número de una revista ecléctica y aparatosa en sus dimensiones -La Luna- que se preguntaba, en su primera portada: Madrid 1984: ¿la posmodernidad?. En la Facultad circuló mucho, y llamaba la atención el hecho de que la ciudad había pasado de repente de ser cutre y antigua a posmoderna, sin ningún tipo de transición ni parada en la modernidad propiamente dicha.
Es como si se hubiera puesto de jarras, en un plante zarzuelero y más chula que un ocho, diciendo: ¡hasta aquí hemos llegado!
Claro que eso era en la Facultad, en el colegio mayor donde residí el primer año esos efluvios de libertad y de sana mezcla no se percibían, el ambiente era muy retrógrado y yo tuve claro desde el principio -o más bien fueron ellos los que lo tuvieron claro- dónde estaba mi sitio: con mis hermanas, que eran claramente identificables y estudiaban casi todas lo mismo que yo.
El grupito gay -muy reducido- estaba integrado en el colegio, porque alguien tenía que estar proscrito y estaba claro que eso nos tocaba, y así cuando depositábamos la comida en nuestras bandejas o nos retirábamos después a jugar al parchís con la limpiadora, que era un cielo y tomó partido por nosotros, lo hacíamos entre una nube de silbidos y de expresiones de mofa y desprecio, pero siempre con la cabeza bien alta, que si había que llorar había de ser luego en la habitación a solas, escuchando El loco de la colina.
Luego, a lo largo del año, y con el conocimiento -como es lógico- se irían abriendo brechas en esa férrea división.
EL CINE CARRETAS O LA HABITACIÓN DE BARBA AZUL
Yo había llegado a Madrid con un papelito en el bolsillo en el que me alguien me había apuntado la dirección del Ras, porque parecía que todo el frenesí moderno y gay y drogota -iba todo en el mismo lote- se movía en torno a ese pub que no tardaría en conocer y frecuentar -hasta hace poco ha seguido ahí, en la calle Barbieri, aunque en los últimos años ya no tenía nada que ver, la atmósfera que lo hizo célebre era, sin duda, coyuntural-.
Pero el nuevo ambiente que emergía y que nadie sabía qué forma iba a adoptar finalmente convivía en maridaje con el naufragio de la cultura homosexual franquista, la del ligue en la calle y en los retretes y donde se pudiera, y en esa escena lóbrega y de ocultación había todavía un lugar de honor para el cine Carretas.
Mis compas de la hermandad gay del colegio, algo mayores que yo y que adoptaron -casi todos- conmigo un papel protector, me debieron ver muy tiernecito y no quisieron aprovecharse del nuevo small town boy sino cogerle de la mano y darle buenos consejos:
y entre ellos había uno que era como una norma de oro, algo así como la habitación donde las esposas de Barba Azul no podían acceder:
la regla era que yo no debía entrar a ese cine -ni tampoco merodear por el obelisco -un espacio muy popular de ligue radical al aire libre-,
porque lo que allí viera no formaba parte de mi mundo ni lo debía formar, al menos en ese momento, ya que me iba a impresionar negativamente esa forma de relacionarse y a mí me veían muy afectivo y con pájaros en la cabeza, con asideros y referentes de la subcultura gay incipiente, con cientos de discos y películas y libros que me servían de escudo y parapeto ante las agresiones exteriores y que me permitirían integrarme sin problemas en el mundo del Ras, de algunos bares más light que empezaba a haber en Chueca, en la esfera también de los pubs de Malasaña con la gente pasota o contestataria de mi edad, pero sorteando siempre esos últimos reductos franquistas del morbo y del miedo, aunque en realidad estaba todo más entremezclado de lo que a primera vista pudiera parecer, y como en un laberinto de los espejos de la feria las apariencias engañaran y los vericuetos se confundieran.
Pero el caso es que me intrigaba mucho cómo sería franquear aquella puerta por la que, si uno se acercaba, veía pasar a hombres de toda condición desde tempranas horas de la mañana.
Nunca lo hice.
No recuerdo cuándo fue que cerró y se abrió un bingo en su lugar -cuya puerta veo ahora cada día-, y yo seguí los consejos de mis hermanas mayores y adopté otra ruta de entrada sin duda para llegar al mismo sitio, pero de una manera quizá menos abrupta.
Sería por esa época cuando se abrieron en España las primeras salas X y a mí, que en su momento flipé con las ´S´ -sobre todo con Simón Andreu y Patxi Andión, que me turbaban hasta lo indecible-, me llamaron cómo no la atención y recuerdo con nitidez las dos primeras a las que acudí. La number one fue en Barcelona, yo me hallaba allí de paso y para aprovechar las horas que tenía antes de coger un autobús no se me ocurrió otra cosa -en vez de visitar la Sagrada Familia o tantos otros lugares- que meterme en una sala a ver Aerolíneas sexuales, una película jocosa que me impresionó vivamente en un cine que debía estar por las Ramblas, aunque no estoy muy seguro.
Y la segunda fue en Madrid, en el pasaje subterráneo que une la Plaza de los Cubos con Martín de los Heros -donde ahora se hallan los Renoir Princesa y al lado de donde entonces estaba la Voltereta-, en un complejo de dos salas, yo no sé si elegí la A o la B, sí recuerdo que la peli se llamaba Interludio de deseo y que me llamó la atención ese nombre como de película de Bergman o de Antonioni y tal vez por eso me incliné por ella, y lo que más recuerdo es que la taquillera, una señora mayor, me dijo sonriente, como si esa situación fuera lo más natural del mundo:
-"¿Cuál quiere ver, Interludio de deseo?"
-Síii.. respondí por lo bajo y avergonzado metiéndome ya sin más preámbulo en el cine, donde en el pasillo alguien se rozó intencionadamente conmigo, aunque las salas X entonces eran totalmente de luxe y no había jaleo en las butacas, que estaban llenas de ejecutivos encorbatados leyendo el ABC.
((Las imágenes: la emocionante escultura de Rodrigo Rodrigo y Manuel, complemento al cómic Manuel no está solo que se publicó por entregas en La Luna de Madrid.
Dos portadas de esa revista, entre ellas la de su número uno.
El cómic Fatestaynight y la película Elephant.
Una sala X perdida que no sé dónde estará, aparte del cartel de La otra alcoba, con Amparo Muñoz, Patxi Andión y Simón Andreu.
Y una foto de la Plaza de los Cubos madrileña que he conseguido en la página Moviendo cubos, el único blog con ocho esquinas.
¡Ah!, y en la barra de vídeo renovamos con Niños Mutantes y su nueva canción, Te favorece tanto estar callada. Besos, buen fin de semana)).