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Charles Farrell y Janet Gaynor en The 7th heaven (1927) |
Quizá el ciclo de cine que más me ha impresionado nunca es el que vi en 2001 en la Filmoteca Nacional, en el Doré, sobre Frank Borzage. Allí se repitió el homenaje que ese año se le profesara en el Festival de San Sebastián, una retrospectiva de este cineasta apasionante que yo apenas conocía, y eso gracias a la generosidad de José Luis Garci y sus estupendos programas en TV.
Este artista prodigioso comenzó como actor en Hollywood, pero pronto vio que su camino era el de la dirección, comenzando a trabajar en ello en la época del cine mudo. De 1927 es su absoluta maravilla
The 7th heaven -
El séptimo cielo-, que en su momento no pude ver y con la que alcancé el miércoles pasado en el Doré el éxtasis -yo y el resto de asistentes, había un silencio religioso y una electricidad flotante que derivaron al final en aplausos entusiastas, como si Borzage pudiera oírnos-.
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"Always look up. Like me, and I' m a very remarkable fellow" |
Janet Gaynor y Charles Farrell, entonces desconocidos, son las estrellas de esta cinta que tuvo tanto éxito que les llevaría a protagonizar una decena más de películas juntos. Ella, pequeñita y pizpireta, bondadosa y con una gran fuerza interior; él, altísimo -el contraste de talla entre ambos es muy sexy- y candoroso, sinvergüencilla y perrofláutico y de fotogenia abrumadora: a
remarkable fellow, como en la película.
Con el telón de fondo de la Gran Guerra, conocemos las peripecias de una cenicienta de los bajos fondos parisinos -Diana- que, desahuciada y a punto de acabar con su vida, se encuentra en su camino con un galán que trabaja en las alcantarillas y acaba de ser ascendido a barrendero -Chico-.
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La santa amante, transfigurada |
La redención es, como siempre en Borzage, el amor, pero no un amor cualquiera: es auténtica
iluminación, una infatuación duradera que transforma de raíz a quien la experimenta, y que sólo tiene parangón con los episodios de los místicos. Los amantes de Borzage aparecen siempre nimbados, envueltos en un aura de pureza, en un efecto lumínico eficacísimo: sus odiseas -porque normalmente el romance se trunca por la guerra o algún otro gran drama- son ciertamente un camino a la santidad, y es que también todo su cine rezuma valores cristianos, aunque él supo combinar eso con un sensualísimo erotismo.
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La chaqueta de mi hombre... |
La idealización amorosa se eleva a cotas nunca antes ni después plasmadas en la pantalla.. la complicidad entre los amantes -siempre estos amores son correspondidos, aunque normalmente no se pueden llevar a cabo en plenitud- casi derrumba las fronteras del tiempo y el espacio, y por eso los objetos del ser amado -los
fetiches, diríamos ahora- adquieren una importancia suma en su ausencia -en esto y en otras muchas cosas
Brokeback Mountain es muy borzaguiana-.
Precisamente en esta deliciosa escena Janet -Diana- Gaynor venera la chaqueta de su Charles -Chico- Farrell, que ella arregla con tantísimo primor...
Qué belleza y qué maravilla las películas de Frank Borzage, amigos... lo más sublime de la vida está ahí.