De las columnas que leemos no sabemos cuál recordaremos al cabo del tiempo, porque este género no es tan perecedero como en principio pudiera parecer.
Y así, recuerdo una escrita por Rosa Montero para El País hará más de veinticinco años, que se llamaba Maricón. En ella la periodista abogaba por los derechos no ya sólo de gays y lesbianas en general, sino de mariquitas en particular, por quienes manifestaba preferencia; las locas, los más afeminados, aquellos a quienes se ve venir desde lejos, casi siempre desde la infancia, con ademanes de princesita y contoneos de bailarina; las campanillas del grupo, que usualmente han servido a la tribu de regocijo y de escarnio, el ejemplo hilarante de lo que no debe ser un mozo que se precie a sí mismo.
Rechazados desde el principio, zarandeados real o simbólicamente muchas veces desde su entorno más íntimo -el familiar-, pueden ser supervivientes que han intentado camuflarse en una piel de acero, aunque también los hay que se valieron del impulso de la diferencia en positivo o que, al contrario, se volvieron insidiosos y maledicentes, acomplejados.
Pero en general decía la Montero que suelen ser los más valientes, y me lo creo, y como ejemplo de héroe literario siempre nos quedará el maravilloso Molina de El beso de la mujer araña.
Me acuerdo de ellos, de mis mariquitas, porque si yo estuviera en las comisiones organizadoras del Orgullo propondría que se les dedicara una edición -a ellos y a las marimachos, por supuesto, lo que ocurre es que esa panorámica la conozco menos-.
Yo no me autositúo en esa categoría, al menos ahora -aunque zarpazos he recibido, los suficientes para empatizar al máximo-, pero siempre he querido y respetado y me he paseado orgulloso con mis amigos de mucha pluma -a no ser que fuera pura afectación, claro, que esa es otra historia, que tampoco rechazo, pero hay que tener mucho arte-.
Mas con el tiempo y la madurez he dado un paso más: no sólo es que a muchos de ellos quiera, es que también los deseo. Me seduce un hombre femenino, delicado, amanerado, me he librado del estereotipo machirulo como único y obligatorio objeto de deseo y he abierto la puerta a otros indescriptibles goces sensuales...
Os digo esto porque estoy literalmente hasta las narices -a estas alturas- de los gays de fuera o dentro del armario -o de puerta entornada- que lo primero que te dicen en persona o escriben en sus perfiles virtuales es que no tienen pluma, que no quieren pluma, que fuera la pluma, que ellos no, que gente de fuera del ambiente, que son normales, masculinos, que locas no.
Pero ¿qué os pasa? ¿No será que aún os tenéis miedo a vosotros mismos? ¿Cómo queréis que os respeten si no sois solidarios con los más especiales de la casa? Estáis más pasaos que la Charito -y no sé quién era tal señora, pero suena a muy antigua-.
Y en cuanto a la motivación sexual, ¿es que no sabéis que los extremos se tocan, y que la virilidad es a menudo sólo una apariencia, y la vulnerabilidad otra?
(En las fotos, Manuel Puig y Rosa Montero. ¡Feliz Semana del Orgullo, amigas y amigos!)