La semana en que David Lynch vino a Madrid, invitado por el festival Rizoma, me coincidió con inoportunos compromisos laborales, aunque de no ser así tampoco hubiera tenido muchas opciones de llegar a verle: parece que en la Filmoteca hubo colas desde las ocho de la mañana para adquirir entradas y el Reina Sofía tenía todo vendido desde hacía tiempo. Justo entonces recordé, por si alguna vez lo había olvidado, que, por muchos años que aquí habite, soy el mismo chico provinciano que, enamorado de Madrid, no tiene acceso a quien le proporcione un pase a la cena y fiesta lynchiana del Círculo, que le hubiera vuelto loco de placer para los restos.
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¡Lynch estaba allí! |
El hecho de que una de las conferencias tuviera lugar en la esquina de mi casa fue especialmente doloroso. Me apeé del autobús en la parada de siempre, y ahí estaba el Reina Sofía, en su ala Jean Nouvel, que adoro, y que ese día se me antojó lúgubre, cerrada a cal y canto como estaba, con esa conferencia indecible finalizando allá adentro, de mi Lynch y llena de lynchómanos.
Qué punzada tan insoportable saber también que en el cine Doré de mis entretelas el director que idolatro inauguraba un ciclo en su honor sin contar con mi presencia...
La semana en que vino David Lynch a Madrid estuve muy sensible, y no sólo por su presencia/ausencia en mi ciudad. Ocurrieron varios percances que me alteraron, y tras el trabajo recuerdo que algún día se me saltaron las lágrimas, pero en este caso de emoción, y el otoño primaveral contribuía a embriagar mis sentidos, ávidos de atrapar la luz y la brisa, el frescor que se expande como una caricia, y me recuerdo bajando ufano Marqués de Urquijo para asistir a mis primeras clases en el Instituto Cultural Rumano.
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Más caliente que el asfalto de Georgia... |
En esos días pensé que si hubiera tenido la improbable oportunidad de hablar con Lynch le habría contado que una noche de 1990, tras la proyección de Corazón salvaje en el cine Carlos III de Albacete, sentí un shock por encontrarme en la calle Collado Piña, y que escribí una columna enloquecida para el periódico en el que trabajaba, que llamó mucho la atención. Y que desde entonces me acuerdo a menudo, cuando viajo en carretera por la noche, de la escena de Sailor y Lula con la bruja atisbada por la ventanilla, Chris Isaak inundándolo todo: world was on fire but no one could save me but you...
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From lost to the river |
Le habría explicado también que en el 97
Carretera perdida me conmocionó tanto que, siendo ya profesor de instituto como era, no tuve reparos en encuadernar mi carpeta de clase con fotogramas del film, para asombro de propios y extraños, porque no podía dejar de proclamar mi rendición incondicional a ese mundo, cuya banda sonora se transformó en mi biblia particular.
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Los friquis del Winkie´s |
Si hubiera tenido la oportunidad habría querido conversar arrobadamente con mi Lynch hermoso, acariciarle el cabello y cogerle de la mano, y él seguro que se hubiera dejado. Y, cómo no, Mulholland Drive también hubiera salido a colación, aunque sólo fuera para hacerle conocedor de mi enfermiza obsesión por todo lo que tiene que ver con esa película, y para narrarle que una noche en mi casa provisional de la rue Violet de París -lynchiana a más no poder- fuimos capaces, gracias a la ayuda de una querida amiga, de interpretar todos y cada uno de los pasos de esta película hipnótica y fascinante, gloriosa entre las gloriosas.
Pero todo eso no son sino conjeturas y pájaros en la cabeza, que gracias a esta página puedo volcar y compartir con vosotros, amigos. Porque David Lynch se ha prodigado en la ciudad, en mi barrio, y yo no le he visto ni por asomo.